El envidiado puede optar por soslayar conscientemente o ignorar inconscientemente las malas intenciones de sus semejantes. Puede inclinarse por pensar que la envidia del prójimo es señal de su propia superioridad o puede preferir creerse invulnerable o sentirse despreciativamente indiferente a la rabia de otros. Todos ellos son mecanismos de defensa justificados. Pero hay otros más prácticos:
► Si sospechas de la falta de honradez del que te envidia, buscar e investigar dónde está el fraude. Puede ser tu "as" en la manga.
► Actuar con suma prudencia. Es probable que, si lo descubren, el envidioso termine acusando de fraude a la persona honesta. Estamos frente a un mecanismo francamente perverso. Llegados a este punto hará falta una intervención exterior que pueda discernir entre actuaciones íntegras de las que no lo son.
► Pasar por alto las miradas y palabras de una persona envidiosa: no eres responsable de sus sentimientos.
► Si el que te envidia es un “amigo”, no caigas en la trampa de seguir entregando amistad a cambio de traiciones. Analiza con quien puedes contar, y apóyate en tu gente.
► Llegado el caso, mantener guardado la brillantez del trabajo intelectual hasta conseguir un patrocinador inteligente y sensible, que valore el trabajo, permita la difusión y no se apropie de él.
► En cada una de las tareas, guárdate un aspecto sin desarrollar de tal manera que sólo tú sepas cómo puede hacerse o cómo argumentar su defensa hasta el final.
► Como tal vez ya sabes, hagas lo que hagas, casi siempre acabarás desagradando a alguien. No es posible, por lo tanto, que siempre le caigas bien a todos ni que todos sean tus amigos.
► Cuando la envidia proviene de alguien a quien has querido o apreciado, además de ser un ataque a la dignidad es una traición al sentimiento de confianza. Por eso, no valores más lo que te digan. No vale la pena ni siquiera que lo escuches ni que te detengas a pensar qué quiso decirte.
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